Mis objetos perdidos
Mis objetos perdidos
Cuando los
colores naranjas abandonan el cielo y ya no se puede distinguir las figuras por
la oscuridad de la noche, bajo las escaleras hasta el primer piso de la casa de
mi abuela intentando hacer el menor ruido posible. Al llegar abajo me apuro de
agarrar a socar, el perro que es tan negro que se mimetiza con el ambiente, y
camino hasta la sala de estar para arrodillarme frente al altar de mi abuela
para pedir protección a los antiguos dioses egipcios, la voy a necesitar.
Logro salir de la casa sin despertar a nadie, ahora solo queda cruzar la calle y encontrar mi preciado reloj en el gigantesco jardín de la vecina. Lo perdí esta mañana cuando vinimos a desayunar con mi abuela, como la charla de ancianas me aburre suelo pasear por el amplio terreno hasta llegar a mi parte favorita, un sector lejos del lujo de los rosales y arbustos podados con formas de animales. Es donde guardan todas las esculturas viejas que en un momento estuvieron en exposición, pero se fueron rompiendo con el paso de los años. Me gusta perderme en el laberinto de mujeres sin brazos, animales descoloridos y deidades sin cabeza, estoy segura de que conozco a todas las figuras de memoria por eso me sorprendió encontrarme con una que no había visto antes. Era un niño de bronce que sostenía un espejo con un bello marco dorado, la parte humana de la escultura estaba intacta mientras que el vidrio tenía una gran rajadura que lo dividía en varias partes. Seguro es una pieza que estaba en el interior de la casa, interesada por la nueva adquisición en el peculiar museo me acerqué al espejo para apreciar los detalles del marco. Mientras repasaba las delicadas flores grabadas un movimiento extraño me distrajo y al levantar la mirada vi en el reflejo partido del espejo unos resplandecientes ojos verdes que me observaban como si quisieran hacerme un daño irreparable, como el de las esculturas que me rodeaban. Del susto salí corriendo y no paré hasta llegar a la casa de mi abuela, en algún momento de mi escapada perdí el reloj de mi abuelo.
Me lo regaló cuando
tenía diez años, recuerdo quedar hipnotizada por la belleza del objeto, es
dorado, sus números están en egipcio y en la parte de atrás tiene grabado el
ojo de Horus con detalles en azul. Se convirtió en mi posesión favorita, lo
llevo conmigo desde ese día como un amuleto protector y recordatorio de mi abuelo.
Tengo que recuperarlo antes de que mi abuela se entere que lo perdí, y esto es
lo que estoy haciendo justo ahora.
La solución
fácil hubiera sido comentar lo sucedido a la vecina, doña Esmeralda, la mujer
más adinerada del barrio con la casa más despampanante, pero lamentablemente
solo es amable los martes a la mañana cuando se junta con mi abuela a tomar el
té. Ya me a pasado a lo largo de los veranos perder juguetes, cadenitas y
anillos en su jardín por culpa de esos ojos verdes que me persiguen y todas las
veces que intenté recuperarlos de manera sensata se me negó la entrada a la
casa hasta el martes siguiente, esos días me pasaba las tres horas de reunión
recorriendo mis viejos pasos y levantando cada piedra con la esperanza de
encontrar mis objetos perdidos, nunca aparecieron. Así que la única opción que
queda es infiltrarme en la casa e ir en busca de mi reloj dorado.
Gracias a
mis extensas recorridas por el jardín logré hacer un plano de la estancia en mi
cabeza, esta noche me sirven para orientarme. A pesar de la mala actitud de la
dueña, el hombre de seguridad que cuida la entrada es amable y amante de los
perros. Aprovechando la oscuridad me camuflo tras los árboles y dejo libre a
socar para que corra como una sombra perdida y llame la atención del guardia.
Abandona su puesto al ver al perro y me apuro para atravesar la entrada. Una
vez adentro me alejo lo más rápido del portal de la casa y los ojos verdes del
enano de jardín que la custodian. Es gigante, mide un metro de altura, tiene un
chaleco azul marino, un gorro rojo decorado con flores de colores y mejillas
gordas y coloradas. Parece un guardián simpático, juro que no lo es.
Siempre esta en su puesto, como un objeto
inanimado debería hacer, pero hoy no puedo vislumbrar sus ojos a través de la
noche. No le presto atención a este hecho y me escabullo entre los arbustos
hasta llegar a mi rincón, que durante el día es una extraña exhibición y en la
oscuridad parece el decorado de una película de terror. Me adentro entre las
esculturas y busco con la linterna pegada al piso un destello de dorado.
Empiezo a perder la esperanza cuando llego a los pies del niño y su espejo, con
el corazón en la boca del miedo miro directamente a los pedazos de vidrio y
parado enfrente, nítido, como si hubiera mil faroles apuntando, se encuentra el
enano con mi reloj en su mano. Instintivamente cierro los ojos y pienso en los
talismanes grabados de mi abuela, en sus dioses y pido toda la ayuda que me
puedan otorgar. Vuelvo a abrir los ojos y el demonio pintado se encuentra a
centímetros de mi espalda, con todo el coraje que tengo agarro el brazo roto de
alguna escultura y al darme vuelta lo estrello contra el enano, no le hace
daño, no se rompe como debería, pero retrocede. Doy otro golpe con todas mis
fuerzas y lo único que logro romper es mi arma que queda en una extraña forma
afilada, el terrorífico ladrón avanza en mi dirección y sin pensarlo clavo el
brazo en su pecho, lo atraviesa cómo si fuera de carne y hueso, en la secuencia
deja ir el reloj, lo recojo del suelo y tal cual esa misma mañana corro por
donde vine hacía la entrada que, por suerte, sigue descuidada.
Pasaron
tres días y es hora de volver a casa, dejar mis vacaciones con mi abuela atrás
y volver a la rutina de la ciudad. Desde la fatídica noche evito la casa de
doña Esmeralda, de hecho, desde ese suceso no salgo ni al jardín. Me sorprende
no haber oído noticias sobre la destrucción del enano tan adorado por su dueña.
Aún tengo pesadillas en las que se repite la entrada del brazo en su cuerpo y
aún no entiendo cómo lo atravesó de esa manera cuando el enano estaba hecho de cerámica.
Presiento que estos sueños me van a perseguir por varias noches más.
Mi bolso
esta listo, el auto de mi mamá espera en la entrada. Antes de bajar reviso
tener todo y chequeo dos veces haber guardado el reloj. Cuando salimos a la
calle para finalmente volver, no puedo evitar observar la casa de enfrente y
siento que mi respiración para un segundo cuando me devuelven la mirada unos
brillantes y espeluznantes ojos verdes.
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